He visto de cerca dos guerras. La de la ex Yugoslavia y la de Irak. En la ex Yugoslavia pude ver la desolación de una población que convirtió los parques de sus ciudades en cementerios. En Irak fui testigo de los crímenes de una invasión militar, que dejó un país sumergido en el terror. Ambas cosas pueden suceder en Venezuela.   

Muchos creen que las guerras no llegan, que nunca van a suceder, menos cerca de nosotros, pero existen, son reales. Nosotros hemos vivido una, y aun no nos recuperamos de ese monstruo grande que pisa fuerte. Décadas después seguimos siendo un país con heridas sin curar.

Nunca olvidaré en la ex Yugoslavia una visita que hice a un centro de refugiados donde vivían niños y adolescentes de los tres bandos en conflicto: Serbios , Bosnios y Croatas . Sus padres se habían matado entre ellos, y sus hijos huérfanos intentaban sobrevivir al trauma de la guerra. Cuando nos despedimos, uno de ellos se puso a cantar. No entendíamos nada de lo que decía aquella canción, pero se sentía en cada palabra un dolor difícil de olvidar.

En Irak nunca se contaron las víctimas civiles de los bombardeos norteamericanos. Cuando estuve en Bagdad, nos hablaron de un niño que había perdido a toda su familia durante el ataque a ciudad de Basora, y los soldados americanos lo habían traído hasta Bagdad. Vivía enfermo en un hospital que no tenía medicinas para curarlo. El día que fuimos a visitarlo, acababa de morir unas horas antes. Lo enterraron en un descampado al lado de lo que fue su última morada. No tenía una tumba con su nombre. Su corta vida era parte del precio que había que pagar para la “libertad” de Irak.

También en Bagdad conocí a Mauy, una niña de 11 años. Habían bombardeado su barrio y una bomba de racimo le destrozó el brazo. Cuando la conocí me dijo: Ojalá no tuviéramos petróleo. Seguramente si viviera hoy en Venezuela diría lo mismo.

Hoy por iniciativa de Uruguay y México se reunieron varios países para buscar por la vía de diálogo una solución a lo que se vive Venezuela. Es una oportunidad. A pesar de que asistieron países que reconocen al autoproclamado presidente Guaidó, nuestro país no asistió, no estará ni en esta ni en las siguientes reuniones. Parece que no hemos aprendido nada de lo que significa una guerra. Somos un país títere, sin voz propia.

En este momento decisivo, el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica ha advertido que “suenan tambores de guerra”. Y también ha propuesto la mejor idea: Que se hagan elecciones monitoreadas por la ONU, pero que no participen ni Maduro ni Guaidó.

Seguramente nadie le hará caso, pero el viejo es sabio.

[Ilustración: El Roto]