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Foto: eduardo suárez

Panacho

Publicado: 2019-02-13

La Carretera Central ha sido parte de mi vida. Desde niño fue un peligro amenazante, siempre con sus camiones gigantes cargados de productos para alimentar la ciudad. Yo manejaba mi bicicleta al lado de esos camiones para ir al colegio o visitar a mis amigos, era un deporte de alto riesgo. Siempre sucedían accidentes, los camioneros se quedaban con frecuencia dormidos. Muchas veces, camino al colegio, veíamos algún cuerpo al borde de la carretera tapado con papel periódico. Cuando eso sucedía, nos contaban que ya estaba a punto de construirse una moderna autopista, y que esos accidentes ya no volverían a pasar. 

En el colegio donde estudié aprendí a jugar al fútbol y algunas cosas más. Siempre en el recreo jugábamos un partidito que no terminaba nunca, ya que continuaba en el siguiente recreo, así transcurrían semanas y meses. Eran encuentros infinitos entre dos equipos que nos retábamos eternamente, hasta ahora no sabemos quién ganó aquel partido interminable.

En aquellos recreos escolares aparecía Panacho, un vendedor ambulante de pan con palta. Llegaba con su triciclo blanco y ofrecía a través de la reja del colegio “El clásico Panacho”. Después del partidito del recreo todos íbamos corriendo por nuestro más preciado trofeo: ¡Un clásico Panacho! ¡El pan con palta más delicioso del mundo! La manera de cortar la palta, el punto de sal, todo era perfecto. Y era abundante, en cada mordisco caía un trozo de palta por los lados. ¡Así tenía que ser! Era un pago a la tierra.

Panacho no solo vendía en mi colegio, llegaba en su triciclo a todos los centros escolares de Chaclacayo. Eran también sus clientes los que estudiaban por la tarde y en la nocturna. A veces alucinábamos que había varios Panachos, parecía que estaba en todas partes al mismo tiempo. Los fines de semana te lo podías encontrar en cualquier esquina, pero nunca en la misma. Cuando menos te lo esperabas aparecía con su triciclo blanco lleno de paltas y era imposible resistirse. Nadie sabía bien dónde vivía, ni cuál era su verdadero nombre. Alguien lo bautizó con esa chapa para siempre, quizás se la puso él mismo, nunca se supo. Tampoco sabíamos de dónde sacaba aquellas paltas, era un misterio. Paltas como las de Panacho no existen en Chaclacayo.

Panacho vendió panes con palta a varias generaciones, los mayores también hablaban de sus “Clásicos”, decían que empezó a vender desde muy joven. Cuando yo cursaba cuarto de media, la madre directora decidió cerrar las rejas de la puerta del colegio para que Panacho no pudiera vender sus delicias. Fue un día triste, ya nada fue igual. Camino a las aulas, después del partido del recreo, pasábamos por delante de la puerta, donde Panacho había sido prohibido. Nuestro paladar sentía una profunda desolación.

En quinto de media la madre directora me expulsó del colegio donde había estado desde transición. Junto a otros compañeros (también expulsados) tuvimos que fundar un colegio para terminar nuestra escolarización. En este nuevo colegio se le permitía vender a Panacho, era casi un invitado de honor. Incluso, cuando tuvimos que ponerle nombre a nuestra promoción, ganó la propuesta de llamarnos “Promoción clásico Panacho”, pero la dirección no nos lo permitió.

Pasaron los años, a Chaclacayo nunca llegó la soñada autopista y Panacho siguió vendiendo sus panes con palta durante décadas. La Carretera Central se convirtió en un lugar cada vez más caótico y surrealista. Ahora hay más camiones y todo tipo de vehículos. En los bordes de la carretera crecieron viviendas, centros comerciales, discotecas, gimnasios y hasta un zoológico. En ese trayecto hasta Chaclacayo puedes quedarte atracado varias horas y entrar a un lugar sin tiempo ni espacio, donde todo puede suceder. Esta carretera es una metáfora del Perú. Si me pidieran definir el Perú de hoy podría responder: La Carretera Central.

En este Perú al borde del Bicentenario, Panacho, ya anciano, seguía pedaleando en su triciclo blanco. Hace unas semanas lo atropellaron, tenía noventa y dos años. Murió cruzando la Carretera Central, por donde tantas veces pedaleó a lo largo de su vida. Casi todo Chaclacayo fue a su entierro, asistieron varias generaciones. Lo despidieron en caravana por las calles del pueblo con una banda de música.

Descansa en paz Panacho, seguro que los ángeles disfrutan ahora de tu “Clásico”. Era un manjar de dioses, el mejor de los trofeos.


Escrito por

Javier Corcuera

Director peruano. Entre sus películas se encuentran "Sigo siendo", "La espalda del mundo" e "Invierno en Bagdad".


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Javier Corcuera

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