Se llamaban Carlos Campos y Alexandra Porras. Tenían 19 y 18 años y querían construir una vida juntos, en un país que les dijeron que era el suyo. Su país les ofrecía trabajar 12 horas diarias por un sueldo de mierda para que lucre McDonald’s. Vivían en un lugar donde las cadenas de comida rápida acumulan millones de dólares con la necesidad y los sueños de los jóvenes. ¿Pero el Perú era el país de Carlos y Alexandra? Los dueños del país en el que querían ser felices estos jóvenes son otros. Son otros y no son de los nuestros, como decía el poeta Heraud, que también murió joven, para que no existieran jóvenes como Carlos y Alexandra, sin futuro. Al poeta lo mataron 19 balazos en el río Madre de Dios. ¿Quiénes mataron a Carlos y Alexandra? Los mató un modelo económico que garantiza el lucro por encima de los derechos y la dignidad humana. Los mató el reino de la impunidad de la República empresarial del Perú. Los mató la Constitución fujimorista, que tanto defienden los que se hacen llamar liberales. No fue un accidente, fue un crimen. 

Hoy es Navidad y Carlos y Alexandra no podrán sentarse en la mesa e imaginar su futuro, porque el país que ellos pensaban que era el suyo, les quitó la vida.