Carlín ha sido amenazado de muerte por hacernos reír y pensar. El humor es el arma más subversiva de la inteligencia humana. Los matones fascistas que lo insultan y amenazan me recuerdan a aquel general franquista que tenía como grito de guerra: ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!
Desde aquí quiero hacer llegar mi agradecimiento y mi solidaridad a Carlín. También quiero compartir con ustedes este texto que escribió mi padre en sus memorias sobre nuestro querido dibujante, ensayista y luchador.
Los especímenes de Carlín
Por Arturo Corcuera.
Desde que Carlos Tovar decidió dedicarse a la caricatura, lo primero que hizo fue empezar por él mismo, caricaturizar su nombre: Carlín. Enseguida denominó a sus caricaturas: Carlincaturas. Desde la primera sílaba de su nombre ya estaba destinado a esa disposición crítica y lúdica de mofarse del personaje público, movido a veces por puro humor o por un imperativo ético o justiciero. Caricatura viene del italiano caricare que significa cargar. Y Carlín carga su tinta exagerando las imperfecciones y las desviaciones humanas, físicas o morales, que registra con trazos certeros. Los gobernantes son su manjar favorito. Se mide con ellos, de poder a poder.
Desconoce el miedo. Jamás ataca al débil o al indefenso. Su blanco es el político todo poderoso de doble cara y mil tentáculos. No se puede negar su fidelidad a la conducta artística de quienes practicaron este arte desde la antigüedad. Hay suficiente material hallado entre los papiros, las tablillas, los murales, las pinturas y los frescos. Se descubre también la caricatura en las estatuillas y las figuras de los personajes de la época, de preferencia cardenales y emperadores. Los caricaturistas, por su espíritu irreverente y mordaz, estuvieron siempre expuestos a la intolerancia de las autoridades, y se ganaron hasta el desdén de Platón y Aristóteles. Baldinucci, en Italia, llegó a decir de la caricatura: “esa especie de libertinaje de la imaginación”. Sin embargo, la pluma de Carlín no es todos los días un afilado estilete, se desenfurruña cuando retrata a figuras del arte, la literatura o la ciencia. Y más todavía frente a las divas del cine o de la farándula. Se podría decir que en su libro Especímenes, en algunos casos, es benevolente con ellos y ellas. La colección de sus trabajos en esta línea es un buen ejemplo de la bondad de su talento y su talante, del buen humor que goza su salud, tan distante de la crispación que le produce un político mentiroso o corrupto.
No por eso deja de detenerse en una oreja o una nariz, de oído u olfato, de antemano desmesurados; en la planicie de una frente resbalosa o el páramo de una calvicie prematura. No se le escapan los dientes en trance de escaparse, la papada creciendo sin ningún recato, la sonrisa pícara o cachacienta, el bigote de arbusto de plazuela, el gorrito de capitán jubilado que escaló una cabeza no correspondida. Desfilan en su pasarela personal los Humanus sapientes et artisticus: Gabriel García Márquez, el popular Gabo en portada; el provocador José Saramago; Noam Chomsky, dolor de cabeza de la Casa Blanca; Pablo Neruda (Pablo Insulidae Nigra); Mario Vargas Llosa, César Vallejo, Fernando de Szyszlo, los Beatles, los Rolling Stones, en una secuencia de la creación de la caricatura, mostrándonos los bocetos realizados con su lapicero de la Macom Cintiq. No faltan los artistas de cine, los Cinemapithecus habilis; en estreno de gala, Gérard Dépardieu; Sean Penn; con la estatuilla del Óscar en la mano; para darle un poco de suspenso, Alfred Hitchcock; el inolvidable y eternamente joven James Dean; las tetas asustadas y sonrientes de Magaly Solier y Claudia Llosa, entre otros artistas. Vienen luego los astros de la televisión: los Humanus televisionensis, que nombramos algunos al azar: la cálida Sol Carreño, Verónica Linares, Federico Salazar, Rosamaría Palacios, Mávila Huertas, Ricardo Tosso. Cierran la actuación, los ases del fútbol, los Deportecantropus: Ronaldinho, Claudio Pizarro, Nolberto Solano, el Puma Carranza; y como fin de fiesta, el más espécimen de los especímenes, el peligroso Carlín.
Reconocidos artistas han practicado, ocasionalmente, este arte tan temido por reyes y presidentes, por magnates y autoridades eclesiásticas. La caricatura tiene un origen popular. Se alimenta del chiste y del grafiti, viene del pueblo y va hacia él, como todo acto o voz genial, repitiendo a Vallejo. Utiliza de herramienta el dibujo, la palabra o la representación teatral. No hay caricatura sin humor, es su combustible natural, su materia risueña e inflamable. Los caricaturistas nacen para la provocación. En el Perú no se puede dejar de mencionar algunos nombres memorables del pasado y del presente: el pulcro Málaga Grenet, síntesis de línea y parecido; Esquerriloff, tan personal y barroco; Vinatea Reynoso, diestro en el manejo del pincel y la acuarela; el alado Abraham Valdelomar, de mano guiada por un ángel; la gracia precisa de los rasgos, Alonso Núñez Rebaza; esporádico y penetrante en la fisonomía humana, Teodoro Núñez Ureta cuando bajaba del mural al llano; Lorenzo Osores, burlón de fina daga hasta con el comestible papel de arroz; el no menos rápido clavando la espina, Juan Acevedo, creador del Cuy en la historieta; Alejandro Romualdo con sus personajes Inga y Mandinga y su revista de corta vida La vela verde; Manlio, representando el toque ágil y salobre del sólido norte; cerbatana, de la selva su pluma, adornando su cerviz y su chispa, Gino Ceccarelli, pintor del bosque amazónico entre los mejores y gran caricaturista; Antonio Osores, de obra trunca, muerto prematuramente, casi desconocido. No pueden faltar los preferidos de Carlín: Holguín Lavalle, Alcántara La Torre, Osorio, Fairlie, y los recordados Francisco González Gamarra y Pedro Challe, entre tantos otros. Y las revistas históricas que dieron regazo a los humoristas de la época, Variedades, Mundial, Monos y monadas, El idiota ilustrado, en su primera y segunda época. Que no nos falte nunca la risa que sembraron en nuestro pecho, asediado a menudo por tantas penas.
El ingrediente básico de la caricatura para que cumpla sus efectos es el humor, que quizás ha sido heredado de la mano caricaturista de Dios, quien seguramente no cesó de gozar al diseñar al elefante y su trompa capaz de besar las estrellas; y la cebra con su vestimenta de persiana en prisión; ¡Cuánta diversión la de Dios dibujando el cuello interminable de la jirafa, los rostros del hipopótamo, el rinoceronte, el cocodrilo, y la abominable carcajada de la hiena!
Grande entre los grandes. Arquitecto de profesión, agudo ensayista, luchador no tan solitario de la jornada de las cuatro horas (yo me adhiero). En el corazón de Carlín sobrevive el niño tiernamente perverso que todos atesoramos; tiene la puntería certera de la piedra de David, dispuesta siempre a ser disparada; el filo restallante de la espada de Robin Hood, solidaria con los olvidados; el decidido Zorro, presto a dejar su marca en la frente de quienes se hayan hecho merecedores de su látigo.